ISABEL RUBIO ARROYO | Tungsteno
Cada año se desechan unos 50 millones de toneladas de residuos electrónicos, según Naciones Unidas. Un peso superior al de todos los aviones comerciales que se han fabricado hasta la fecha o al de suficientes torres Eiffel para ocupar toda la isla de Manhattan. Cuando esta basura electrónica no se trata de forma adecuada, puede contaminar el medio ambiente, alterar la cadena trófica y afectar a la salud de las personas. Analizamos cómo estos residuos pueden afectar a los alimentos y hasta qué punto su consumo representa un riesgo para la salud.
Un ‘tsunami’ de desechos electrónicos
Asia es el continente que genera un mayor volumen de desechos electrónicos (unos 24,9 millones de toneladas), según Naciones Unidas. Le siguen América (13,1 millones), Europa (12 millones de toneladas), África (2,9 millones) y Oceanía (0,7 millones). “Los volúmenes crecientes de artículos producidos y desechados están causando en todo el mundo lo que recientemente se ha denominado un ‘tsunami de desechos electrónicos’ que pone en peligro la vida de las personas”, afirma Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los residuos electrónicos suelen acabar en grandes vertederos en las zonas más pobres del mundo. Por ejemplo, en Agbogbloshie, un lugar de Ghana que alberga toneladas de desechos electrónicos procedentes de Europa. Allí, decenas de ciudadanos clasifican productos tecnológicos como lavadoras, cocinas, vehículos, móviles y ordenadores. Si estos dispositivos no se tratan de forma adecuada, pueden contaminar el medioambiente y afectar a la salud humana.
Cada año se desechan unos 50 millones de toneladas de residuos electrónicos, según Naciones Unidas. Crédito: Andrew McConnell / Premio Internacional Luis Valtueña.
Huevos y atunes contaminados
Varios estudios concluyen que los metales pesados de este tipo de vertederos generan una gran contaminación del suelo y de la atmósfera. La ruptura de los componentes electrónicos desechados y la combustión de plásticos para recuperar metales emiten contaminantes que también afectan a los animales. Por ejemplo, los huevos de gallinas de la barriada de Agbogbloshie contienen niveles peligrosos de dioxinas y bifenilos policlorados, entre otras sustancias nocivas.
Tal y como explica el investigador Jindrich Petrlik, las dioxinas son “extremadamente tóxicas en cantidades muy pequeñas”. Lo confirma Marie-Noel Brune Drisse, autora principal del informe Niños y vertederos de desechos electrónicos de la OMS: “Un niño que coma un solo huevo de gallina procedente de Agbogbloshie consumirá 220 veces la ingesta diaria tolerable de dioxinas cloradas establecida por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria”.
Los metales pesados de los residuos electrónicos también pueden llegar a los ríos y océanos y, una vez allí, entrar en la cadena trófica. Un estudio publicado en la revista Science of The Total Environment indica que los atunes capturados en aguas africanas tienen concentraciones altas de diferentes metales, entre los que se encuentran el mercurio y el plomo. Los autores concluyen que el consumo de pescado contaminado supone un riesgo para la salud de las poblaciones locales y de los consumidores de otros países.
El pescado capturado en aguas africanas entra en el comercio mundial y se puede vender en cualquier lugar, según Alba Ardura Gutiérrez, bióloga e investigadora posdoctoral en el área de genética de la Universidad de Oviedo: “Si la contaminación africana por metales pesados llega al atún en mar abierto a través de las plumas de los ríos y la cadena trófica, Europa podría estar consumiendo la contaminación por metales pesados a través de la ingesta de especies marinas capturadas en aguas africanas”.
Si la basura electrónica no se trata de forma adecuada, puede contaminar el medio ambiente y alterar la cadena trófica. Crédito: Andrew McConnell / Premio Internacional Luis Valtueña.
Comer metales pesados y su riesgo para la salud
Los trabajadores que realizan las tareas de reciclaje de residuos electrónicos están expuestos a múltiples metales tóxicos. Este tipo de metales se pueden respirar, absorber a través de la piel o comer. Los niveles que se encuentran en los alimentos dependen de muchos factores, entre ellos de estos elementos en el aire, el agua y el suelo utilizado para cultivar, según la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de EEUU.
Aún hacen falta más estudios para saber cómo se acumulan estos metales en la cadena trófica y hasta qué punto este fenómeno implica un riesgo para la salud pública. Cuando entra demasiado metal al cuerpo humano, puede causar una intoxicación, tal y como indica Medline Plus, el servicio de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos. La intoxicación por metales pesados puede provocar problemas graves de salud, como daños en algunos órganos, cambios de comportamiento y dificultades con el pensamiento y la memoria.
Recientemente este problema ha cobrado relevancia pública debido a casos que han afectado a famosos; como el cantante Robbie Williams, quién sufrió una intoxicación grave por mercurio y arsénico tras seguir una dieta estricta de pescado y declaró haber estado a punto de morir. Otros alimentos que pueden contener un alto contenido de arsénico, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, son el arroz, los productos a base de cereales o incluso el agua potable. En algunos países como Bangladesh hay millones de personas en riesgo de exposición a altas concentraciones de este elemento natural de la corteza terrestre. Realizar más investigaciones para certificar la magnitud del problema de los metales pesados resulta urgente en un contexto en el que la basura electrónica no para de crecer: en 2030, según Naciones Unidas, se producirán 74,7 millones de toneladas de este tipo de residuos.
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