ISABEL RUBIO ARROYO | Tungsteno
Aún se discute el origen y hasta la evolución del reino biológico de los hongos, cuya presencia, según los últimos descubrimientos, data de hace más de 800 millones de años. Socios de las primeras plantas que colonizaron la superficie de la Tierra, ahora se ha demostrado, además, que estos organismos tienen el potencial de reaccionar a múltiples estímulos. De hecho, “pueden sentir todo aquello que los humanos sentimos y seguramente mucho más”, señala Antoni Gandía, especialista en investigación y desarrollo y biotecnología de hongos. Esta singular habilidad abre la posibilidad a utilizar estos organismos para utilidades tan sorprendentes como crear dispositivos, wearables e incluso edificios inteligentes.
Una reciente investigación llevada a cabo por la Universidad del Oeste de Inglaterra (Bristol), la empresa Mogu, el Instituto Italiano de Tecnología y la Universitat Oberta de Catalunya ha confirmado que estos organismos tienen propiedades sensoriales y son capaces de procesar diversos estímulos externos como la luz, las deformaciones, la temperatura, la presencia de sustancias químicas y hasta las señales eléctricas. Gandía, que es uno de los autores de este estudio, indica que los hongos también pueden notar la presión ejercida por el peso de un objeto: “Por ejemplo, cuando pisamos el suelo de los bosques”.
Ropa inteligente con parches de tejido vivo
Aprovechar estas capacidades para aplicarlas a otros usos, desde la integración en dispositivos portátiles hasta su utilización como material de construcción, es el camino que están explorando actualmente distintas investigaciones. “La aplicación de hongos vivos en piezas de vestimenta u objetos tecnológicos portátiles es un concepto con el que hemos empezado a fantasear y que justo ahora entra en fase de desarrollo, por lo cual puede llevar años o décadas antes de que podamos ver gadgets funcionales”, reconoce Gandía.
Pero, ¿hasta qué punto pueden servir los hongos para desarrollar wearables u otros dispositivos? Su equipo empezará a medir este año la sensibilidad de los hongos a hormonas humanas y trazas químicas en el aire. El objetivo es comprobar si estos organismos pueden ayudar a discernir el estado de salud de una persona o la presencia de gases o materiales peligrosos en la cercanía. “A corto plazo, podríamos estar vistiendo pequeños parches de tejido vivo sobre nuestras camisetas que nos ayuden a monitorizar todos estos parámetros además de las condiciones ambientales”, vaticina el experto.
Capaces de procesar la información, los hongos podrían monitorizar estímulos externos como la luz, las deformaciones, la temperatura y hasta la presencia de sustancias químicas. Crédito: FUNGAR.
Vivir dentro de un hongo
Mientras que aún habrá que esperar para ver si este tipo de aplicaciones acaban haciéndose realidad, ya existen en el mundo diversos ejemplos de arquitectura fúngica. Es decir, estructuras construidas con biomateriales procedentes de los hongos. Hay algunas empresas que se dedican a fabricar elementos de construcción y de paquetería con el micelio —el conjunto de filamentos que forman la parte vegetativa de un hongo— de estos organismos. Por ejemplo, Mogu crea paneles de aislamiento térmico y sonoro, suelos y piezas de decoración con hongos. La compañía Ecovative Design, que produce bloques sólidos de viruta de cáñamo miceliada, ha fabricado con estos organismos un prototipo de casa que ha servido de ejemplo para las múltiples aplicaciones de estos materiales fúngicos.
Aunque la mayoría de aplicaciones disponibles en el mercado son las relacionadas con el micelio inerte, en el sector de la construcción también se experimenta con hongos vivos. El proyecto europeo Fungar tiene como objetivo crear un edificio fúngico a escala real en Dinamarca e Italia, además de una versión más pequeña en la Universidad del Oeste de Inglaterra. Esta infraestructura se pretende levantar con micelio vivo capaz de interactuar con sus inquilinos y autorregular parámetros ambientales como la temperatura, la iluminación y la humedad en sus estancias.
“Vivir dentro de un hongo parece un poco extraño, pero ¿por qué resulta tan raro pensar que podríamos vivir en el interior de algo vivo?”, comenta el investigador de la UOC Mohammad Mahdi Dehshibi. Para él, sería un movimiento ecológico bastante interesante que permitiría prescindir del hormigón, el vidrio y la madera. “Piensa en escuelas, oficinas y hospitales que están creciendo, regenerándose y muriendo; es la cúspide de la vida sostenible”, señala.
Los hongos ya se utilizan para la elaboración de materiales de construcción y se han testado para levantar estructuras. El objetivo es crear edificios sostenibles capaces de autorregularse. Crédito: MOMA.
Optimizar el transporte y combatir el cambio climático
En un principio sería posible utilizar múltiples especies de hongos filamentosos, pero Gandía indica que los favoritos son los que producen un micelio denso y resistente a las fuerzas mecánicas. Por ejemplo, los políporos: “Los hongos políporos son fáciles de identificar en la naturaleza, pues son aquellos hongos que forman setas duras y duraderas, que tardan en descomponerse y que al tacto se asemejan a la madera”.
Quizás haya que esperar aún un tiempo para comprobar hasta dónde llega el potencial de los hongos vivos, cuyas aplicaciones empiezan a multiplicarse. De hecho, ya se están realizando experimentos con mohos de fango navegando por laberintos en laboratorios y conectando puntos en un mapa de la forma más eficiente posible. Esto, según sugiere Gandía, podría permitir mejorar el diseño de redes de transporte urbano y telecomunicaciones. Incluso gracias a estos organismos podrían conseguir algunas claves para combatir el cambio climático: “Gracias a las investigaciones en activo, en algunos años podríamos conectarnos con las redes de micelio en nuestros suelos para conocer y monitorizar el estado de salud de los ecosistemas”.
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