RAFAEL GÓMEZ DE PARADA / DIRECTOR FINANZAS Y ADMINISTRACIÓN EN SACYR SERVICIOS
Tras la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso y con objeto de evitar rebeliones internas en la propia Rusia, Vladimir Putin ha intensificado el control de la información en el país que dirige desde hace dos décadas. De manera especial, trata de controlar todo lo que se publica en relación con la guerra y lo hace de tal manera que la mayor parte de la ciudadanía rusa desconoce lo que está ocurriendo en el país vecino.
Algunos ucranianos, así como rusos contrarios al régimen de Putin, se las idearon para sortear la censura dejando mensajes en redes sociales, o reseñas en páginas como Trip Advisor y Google Maps para que otros rusos pudieran saber lo que estaba ocurriendo:
Buscaban un buen restaurante en Moscú o San Petersburgo y dejaban una reseña como: “La comida fue estupenda. Por desgracia, Putin nos dejó sin apetito al invadir Ucrania. Enfréntense a su dictador, dejen de matar gente inocente”.
Como respuesta al ambiente restrictivo impuesto por el Gobierno ruso, Google Maps y Trip Advisor decidieron prohibir los mensajes subliminales acerca de la situación bélica, al mismo tiempo que el Gobierno ruso restringió el uso de Instagram el 14 de marzo, por “facilitar la difusión de la propaganda terrorista y alentar a la violencia contra los ciudadanos rusos”.
Estas medidas censoras, así como la imaginación de los particulares para encontrar soluciones innovadoras que pudieran esquivar el control gubernamental, me han recordado la historia de Ruslan Bogoslowski, un ingeniero de sonido que logró difundir música occidental moderna durante los años cincuenta y sesenta, cuando el país era todavía la extinta Unión Soviética.
A finales de los cuarenta, Stalin promulgó una ley para controlar a los compositores musicales del país, así como la música que se distribuía, pues consideraba que cualquier manifestación artística estaba ligada de un modo u otro a la política. En el fondo, trataba de evitar las influencias que llegaban de occidente porque consideraba que la música que se hacía en Europa y Estados Unidos podía servir para difundir ideas “capitalistas” o “anticomunistas” entre la población del país. Pese a que Stalin murió en 1953, la ley continuó vigente durante décadas.
El joven Bogoslowski, residente en Leningrado (hoy San Petersburgo), se las ingenió para piratear cientos de miles de copias de discos de jazz, blues o rock & roll. Tenía los instrumentos necesarios, pero su problema fue encontrar el material para hacerlo. El vinilo, como derivado del petróleo, era muy costoso de obtener y su acceso estaba limitado y controlado por el gobierno.
Ruslan probó con varios materiales hasta que dio con la clave al encontrar unas radiografías tiradas en un contenedor junto a un hospital. Las radiografías no se almacenaban, sino que se tiraban a la basura por ser altamente inflamables y por esa misma razón, a Ruslan no le supuso un problema hacerse con ellas.
El proceso de copia de discos era artesanal, sumamente rústico: las radiografías se recortaban de forma circular a mano, y el agujero central se hacía aplicando un cigarrillo encendido. El sonido no era especialmente bueno, pero los discos tuvieron gran aceptación entre los Stilyagi, una especie de hipsters soviéticos de la época. Duke Ellington, Louis Armstrong, Billie Holiday, Thelonius Monk… y los más solicitados, los Beatles. Los discos se intercambiaban por unos pocos rublos o directamente por comida o ropa de abrigo. Se calcula que Ruslan y otros compañeros piratearon cerca de un millón de discos durante casi veinte años.
Debido a que las radiografías contenían imágenes de cráneos, tibias o tórax bajo pistas de rock & roll, los discos eran conocidos como Bone Music, música de huesos, o Bones & Ribs. En 1959 el régimen comunista creó unas Patrullas Musicales para perseguir a quienes comercializaban música prohibida y así fue como a finales de los sesenta dieron con el promotor de estas copias, Ruslan Bogoslowski, al cual su rebeldía le llevó a una condena de seis años de trabajos forzados en Siberia.
Aún hoy quedan algunas grabaciones que pueden ser escuchadas: