ISABEL RUBIO ARROYO | Tungsteno
Mientras que algunas ciudades alemanas han apagado algunos semáforos y gran parte del alumbrado público por la noche, Francia ha prohibido a los locales que utilicen el aire acondicionado y tener las puertas abiertas. Todas estas medidas persiguen un objetivo de lo más ambicioso: reducir el consumo de gas de la Unión Europea y tener suficientes reservas para pasar el invierno. Tras analizar las tecnologías que aspiran a sustituir el gas ruso, investigamos ahora las principales medidas de los países miembros para ahorrar gas.
Ahorrar gas para un invierno seguro
La invasión rusa a Ucrania ha disparado el precio de la energía y ha puesto a múltiples países en alerta ante el riesgo de posibles cortes de suministro. Casi la mitad de los estados de la Unión Europea ya se han visto afectados por la reducción de las entregas, según la Comisión Europea. Por ello, este organismo ha puesto en marcha un plan para que todos los Estados miembros, independientemente de su exposición al gas ruso, reduzcan en un 15% su consumo de gas entre el 1 de agosto de 2022 y el 31 de marzo de 2023.
Con él, se pretende que todos los consumidores, administraciones públicas, hogares, propietarios de edificios públicos, proveedores de energía e incluso la industria tomen medidas para limitar su consumo. “Al sustituir el gas por otros combustibles y ahorrar energía este verano, se puede almacenar más gas para el invierno”, afirma la Comisión Europea. En teoría, actuar cuanto antes puede ayudar a reducir el impacto negativo en el PIB y a aliviar las preocupaciones del mercado y la volatilidad de los precios.
La Comisión Europea pretende que todos los estados miembros reduzcan un 15% su consumo de gas en ocho meses. Crédito: Comisión Europea.
Semáforos apagados, puertas cerradas y duchas frías
Alrededor de la mitad de los hogares alemanes dependen del gas para su calefacción y cerca del 13% de la electricidad procede de este combustible fósil. Las noches de verano en la ciudad alemana de Augsburgo este año son inquietantemente oscuras y tranquilas: las fachadas de los edificios históricos no están iluminadas, las luces de las calles están atenuadas y la mayoría de las fuentes no funcionan. Además, se ha bajado la temperatura de las piscinas públicas y se está comprobando qué semáforos se pueden apagar. En ciudades como Hannover, han acordado que las duchas en gimnasios e instalaciones deportivas sean con agua fría y cortar el agua caliente en los edificios públicos.
En Francia, el gas es la tercera fuente de energía más consumida, según el Ministerio de Transición Ecológica del país. Representa el 16% del consumo total de energía primaria utilizada en el territorio, por detrás de la energía nuclear (40%) y el petróleo (28%). Allí, se ha acordado que, en algunas ciudades como París, las tiendas con aire acondicionado mantengan las puertas cerradas y se apaguen los rótulos luminosos de supermercados y centros comerciales en cuanto cierren. También se ha pedido a los ciudadanos que desactiven el wifi, desenchufen dispositivos y apaguen las luces de las habitaciones que no estén utilizando.
Tanto en Francia como en otros países, como Grecia y España, se requiere que las instalaciones públicas ajusten la temperatura del aire acondicionado en verano y de la calefacción en invierno. Este último país ha limitado a 27 grados el uso del aire acondicionado en verano y a 19 grados la calefacción en invierno en edificios públicos, además de apagar la luz de escaparates y edificios no ocupados a partir de las 22 horas. Además, algunos países planean mejorar los edificios estatales para hacerlos más eficientes energéticamente. Grecia, por ejemplo, los ha instado a instalar protectores de ventanas en los edificios y a apagar los ordenadores después de trabajar.
Augsburgo ha implementado varias medidas de ahorro de energía para hacer frente a la crisis del gas. Crédito: Reuters.
Reducir la dependencia del gas ruso
Las acciones y directrices que todos estos países han aplicado de forma voluntaria afectan tanto al comercio como a la industria y a los hogares. Con ellas, se pretende dejar de depender gradualmente de los combustibles fósiles rusos ante los cortes de suministro y la imparable escalada de precios. En el caso de un riesgo elevado de escasez de gas o una demanda de gas excepcionalmente alta, la Comisión Europea podría aprobar una alerta comunitaria. Si esto ocurriera, se podría aplicar una reducción obligatoria del consumo de gas en todos los países miembros.
Es muy difícil saber hasta qué punto todas estas medidas van a funcionar y si la Unión Europea va a lograr reducir un 15% el consumo de gas en ocho meses. Hay demasiadas variables en juego y quizás lo que en un país sí resulte eficaz en otro no lo sea. Entre los factores que pueden influir, está la aceptación de estas medidas por parte de la población. Un estudio publicado en la revista Journal of Economic Psychology concluye que los ciudadanos prefieren mejoras técnicas para ahorrar energía a las medidas que afectan a su comportamiento y, sobre todo, cambios de consumo. Además, es probable que algunas personas no estén dispuestas a sacrificar su propia satisfacción personal.
Pese a que algunos ciudadanos prefieran las mejoras técnicas para ahorrar energía, la literatura científica apunta a que la tecnología por sí sola puede no ser suficiente en algunos casos. Una revisión publicada en la revista Energy and Buildings indica que los seres humanos y su comportamiento relacionado con la energía en los edificios también juegan un papel importante. Los autores calculan que el potencial de ahorro basado en el comportamiento de los ocupantes se sitúa entre el 10% y el 25% para los edificios residenciales —y entre el 5% y el 30% para los edificios comerciales—. A la espera de comprobar si la Unión Europea logra involucrar a los ciudadanos para lograr sus objetivos, de momento, algunos países como España y Polonia ya preparan nuevas iniciativas para incidir en el ahorro de gas y lo más importante: prepararse ante la eventualidad de una crisis energética en invierno.
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