Su nombre real era Gianello Torriani, originario de Cremona, y ya la incierta fecha de su nacimiento, situada entre 1501 y 1511, marca lo que será un rasgo distintivo de su biografía: la tendencia a moverse entre la bruma y la leyenda.
Juanelo – como sería conocido en España – fue un auténtico hombre del Renacimiento. Diseñador de relojes, matemático y astrónomo (que por aquel entonces casi era decir tres cosas y la misma), fue además arquitecto y destacó por sus prodigiosas realizaciones en el campo de la ingeniería.
A la altura de Da Vinci
Hay quien asegura que únicamente dos características de su personalidad lo separaron de alcanzar para siempre la gloria de Leonardo da Vinci: su aversión a dejar constancia escrita de sus trabajos y su carácter hosco, poco propicio para intercambiar correspondencia o para animar a los cronistas a perpetuar su memoria.
La falta de dominio del latín que algunos atribuyen a esta singular figura parece indicar que carecía de formación académica, lo que hace aún más sorprendente la magnitud de su ciencia.
Se ha especulado con que su padre poseía un molino cuyos engranajes pudieron encender la pasión del cremonense por el conocimiento y dominio de la naturaleza.
Relojero, por encima de todo
Como hemos apuntado, el diseño y fabricación de relojes constituía el máximo exponente tecnológico de aquel tiempo y Juanelo destacó tanto en ese campo que fue llamado a Toledo por el Emperador Carlos I para convertirse en relojero de la corte.
Ciertas fuentes señalan que participó como arquitecto en la construcción del Palacio de Yuste y se ha llegado a decir que así tuvo que ver (de forma involuntaria e indirecta) con la muerte del monarca, ya que diseñó un estanque que probablemente se convirtió en el foco de paludismo que acabó con la vida de aquel.
Existe abundante literatura que recoge todo lo que se sabe, y parte de lo que no se sabe, sobre Juanelo Turriano, así es que me contentaré con citar sus dos inventos para mí más significativos.
Artificio de Juanelo
El primero es el denominado Artificio de Juanelo, una prodigiosa obra de ingeniería que, aprovechando la propia energía de la corriente del Tajo, permitía elevar el agua desde el río hasta el Alcázar de Toledo, salvando unos 100 m. de desnivel.
Maqueta siguiendo la descripción del historiador Ladislao Reti: Colegio de Ingenieros Industriales de Madrid.
Resulta sugestivo dejar volar la fantasía e imaginar la continua hilera ascendente formada por la multitud de toledanos que, sobre sus propias espaldas o a lomos de las bestias, día tras día se veían obligados a acarrear el agua hasta la ciudad en aquellos tiempos.
Juanelo nunca dibujó los planos ni describió su funcionamiento, por lo que se desconoce cómo realizaba su tarea la máquina, pero se han elaborado distintas animaciones que postulan hipótesis sobre el funcionamiento del sistema, generalmente basadas en una serie de norias y cucharas que iban elevando el agua al verterla unas sobre otras.
En el año 1565, Juanelo había firmado con la ciudad de Toledo un contrato por el que se obligaba a diseñar, construir y mantener el mencionado ingenio a cambio de percibir una renta perpetua por el agua bombeada. El primer artificio, al parecer capaz de bombear entre 16.000 y 17.000 litros de agua diarios, fue entregado en 1569. Pero hay veces en que el éxito, tras responder cortésmente a nuestra calurosa bienvenida, puede quitarse la careta y revelarse como una visita siniestra.