ANTONIO LÓPEZ | Tungsteno
La súbita crisis económica debida a la pandemia ha dejado en el paro a muchos habitantes de grandes ciudades, que ahora se plantean buscar empleo y establecerse en el mundo rural. En esa coyuntura, sumada a la de emergencia climática, las nuevas formas de edificación cobran relevancia: el consumo energético se convierte en una cuestión prioritaria, después de pasar tanto tiempo en casa por el confinamiento, las restricciones y episodios climatológicos extremos (como la gran nevada que dejó en el centro de España la borrasca Filomena, a principios de 2021). A los espacios en los que vivimos les pedimos ahora que sean más cómodos y, además, que nos permitan esquivar los bandazos climáticos que vendrán sin arruinarnos económicamente.
En las viviendas pasivas, sin limitar las posibilidades del interior, la clave está en el diseño del exterior. El término casa pasiva o “passivhaus” (una traducción fonética del alemán) empieza a cobrar importancia a finales de los años 1970 en Alemania. Allí nace el Instituto Passivhaus en 1991 y el certificado oficial que pone el sello a las viviendas pasivas, o de consumo casi nulo, que cumplen determinados requisitos. El control de las pérdidas y ganancias térmicas es fundamental en estas viviendas, así como evitar los puentes térmicos: los puntos de encuentro de dos materiales por los que se puede escapar el calor o entrar frío. La ubicación de las ventanas, además, se elige estratégicamente para no convertirlas en puntos vulnerables, y enmascarados en ellas, se emplean vidrios con doble cámara aislante. Solo en España, las casas pasivas con certificado passivhaus evitan un consumo anual de 4,16 millones de kWh y dejan de emitir 792 toneladas de CO2 —una cantidad equivalente a lo que podrían absorber una superficie de bosque tan amplia como más de cinco veces el jardín de la zona verde más emblemática de la capital española: el Parque del Retiro de Madrid. Esa superficie equivale a 620 hectáreas, o a casi 900 campos de fútbol.
Con un mínimo impacto medioambiental y coste de materiales, la casa de paja es uno de los máximos exponentes de las viviendas pasivas. Crédito: EarthCraft Construction.
El mito de 'Los tres cerditos' y las casas de paja
Las casas pasivas suponen una oportunidad en medio de la crisis económica de la COVID-19 y un gesto de reconciliación con el medio ambiente. Despuntan como tendencia, por el menor coste e impacto ambiental de los materiales, las casas de paja. A pesar de que en el imaginario colectivo tenemos la idea de que la paja es un material frágil y combustible, cuando se dispone en forma de alpacas y se elimina el aire, su combustibilidad es mínima; y, además, las paredes hechas con paja se recubren de cal, arcilla o tierra para protegerlas aún más.
Las casas de paja tienen mucha más resistencia que en el cuento de Los Tres Cerditos. En la realidad, la construcción con estos materiales aguantaría igual los soplos del lobo y, lo que es más importante, las fluctuaciones climáticas. De hecho, en palabras de Mirco Zecchetto, arquitecto especializado en este tipo de viviendas: “Una casa de paja es más confortable, tiene mejor aislamiento térmico, con muros que respiran y no atrapan la humedad y con materiales sin emisiones tóxicas. Sin hablar de que la huella de carbono es prácticamente inexistente”.
Ahorrar energía en la construcción y el uso de la casa
Las casas de paja buscan conseguir un espacio estanco para mantener la temperatura y regulan el aire con un sistema de filtrado y ventilación que evita la pérdida de calor. Esa estanqueidad implica, además, un excelente grado de aislamiento acústico. La arquitecta Eve Blanco, que construye este tipo de viviendas en Asturias, utiliza este material porque aumenta la capacidad térmica de la vivienda de manera natural, lo que permite prescindir de la calefacción y el aire acondicionado. Para optimizar el consumo energético, las casas que construye cuentan con un invernadero que capta la radiación solar y ahorra así entre un 30% y 40%.
La paja es el residuo de distintas actividades agrícolas de cultivo, lo que la convierte en un material muy barato y que, además, está disponible en gran parte del mundo. Según calculan en Meta 2020 “Para la producción de fardos de paja y el transporte de los mismos a la obra, se necesita mucha menos energía que para la producción de otros materiales aislantes, hasta 77 veces menos que para la producción de lana mineral, por ejemplo”.
La producción de fardos de paja y su transporte para la construcción de viviendas requiere mucha menos energía que otros procesos constructivos. Crédito: Wikimedia Commons.
El reto de conseguir abaratar su construcción
La existencia de redes de construcción especializadas, como la asociación European Strawbale Network (Red Europea de Construcción con Fardos de Paja) o la Red de Construcción con Paja en España ponen de manifiesto el auge que vive este material. Y es que no es para menos, porque entre sus bondades, tal y como explica el estudio de arquitectos especializados Meta2020, la paja es un material “transpirable, saludable, regulador de la humedad, muy versátil, fácil de trabajar”.
Esta tendencia recupera uno de los métodos más antiguos para crear hogares. La humanidad lleva miles de años construyendo casas con paja y barro, pero la paja empacada como material moderno de construcción surge en el siglo XIX, con el invento de la máquina embaladora. Y su renacimiento en las últimas décadas como técnica de edificación más ecológica se apoya en esas ventajas de eficiencia energética, y apela también al sentimiento de volver a lo ancestral, así como a la no implicación de sustancias tóxicas en el proceso.
Sin embargo, de todas sus potencialidades, el coste es la principal barrera para la popularización de las casas de paja. Aunque podrían ser más baratas que las convencionales, en la práctica esto solo es cierto si se opta por la opción de la autoconstrucción. Algunos futuros propietarios realizan cursillos para aprender a levantar muros de paja y así abaratar el coste de su vivienda, porque si no, es comparable al de una casa de ladrillos y cemento, o incluso más caro. La realidad de este prometedor sector es que, hoy por hoy, es un nicho de mercado, con pocos profesionales y pocas empresas especializadas en usar la paja como material de construcción.
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