PABLO GARCÍA-RUBIO | Tungsteno
La crisis climática ha provocado que el criterio de la sostenibilidad esté cada vez más presente en muchos sectores con un gran impacto ambiental como el transporte, la moda o la construcción. Este último busca repensar la forma en la que se construyen edificios y estructuras para minimizar las emisiones tanto en el proceso de levantamiento como a lo largo de la vida útil del inmueble. Pero la sostenibilidad no solo tiene que ver con evitar emisiones que perjudiquen al medioambiente, sino también con diseñar y construir edificios que sean saludables para sus habitantes, sus usuarios e incluso las personas que los construyen.
Durante años, se han utilizado numerosos materiales y técnicas sin conocer o tener en cuenta su impacto en la salud de las personas. Es el caso del plomo, el amianto o diferentes aditivos en revestimientos, aislantes o pinturas que, con el paso del tiempo, desprendían partículas tóxicas relacionadas con enfermedades como dificultades respiratorias, fallos hepáticos o renales o distintos tipos de cáncer. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 12,6 millones de muertes al año están relacionadas con la interacción con espacios no saludables. Aunque parte de ellas se atribuyen a la contaminación ambiental exterior, el organismo advierte de que existe una “necesidad urgente de invertir en estrategias para reducir los riesgos ambientales en nuestras ciudades, hogares y lugares de trabajo".
La elección de materiales
Un claro ejemplo de cómo los materiales utilizados en la construcción pueden afectar a la salud es el amianto. Este compuesto de fibra mineral se utilizó durante gran parte del siglo XX por sus propiedades aislantes y su bajo coste en todo tipo de edificios. Hasta que se descubrió que la descomposición de sus fibras resultaba en restos microscópicos que, al ser aspirados, actuaban como agentes directamente relacionados con el desarrollo de distintos tipos de cáncer.
Por ejemplo, pueden causar cáncer de pulmón o un mesotelioma maligno (un cáncer que se encuentra en el revestimiento de los pulmones, el tórax o el abdomen), según el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. En las últimas décadas, la utilización de este material en la construcción se ha ido prohibiendo en la mayoría de países. Pero todavía existen numerosas edificaciones que lo mantienen. De hecho, se calcula que en torno a 125 millones de personas están en riesgo de exposición al amianto.
La exposición de usuarios y trabajadores a la descomposición de las fibras de amianto está directamente relacionado con varios tipos de cáncer. Imagen: Wikimedia.
Este no es el único material que entraña un peligro para la salud de quienes se exponen a él. Algunas pinturas, recubrimientos y tratamientos para distintos materiales pueden contener agentes volátiles que son tóxicos e incluso cancerígenos si se inhalan, como los formaldehídos. Materiales geológicos, como el granito, pueden desprender gas radón, que es radiactivo y se puede acumular en interiores de manera peligrosa. Incluso los plásticos que se utilizan comúnmente en la construcción, como el PVC, pueden ser fuente de ftalatos, un compuesto plastificante que se acumula en el polvo doméstico y está relacionado con el desarrollo de afecciones respiratorias como el asma.
“Los materiales que hemos utilizado tradicionalmente para la construcción desprenden componentes químicos, entre ellos los conocidos como compuestos orgánicos volátiles (VOC)”, explica Nuria Gil, especialista en bioconstrucción y análisis del aire en interiores. “Sobre todo los componentes plásticos que se encuentran en materiales y acabados como pinturas o barnices”. Estos componentes químicos, asegura Gil, se emiten durante seis años desde su fabricación y tienen consecuencias negativas en la salud de las personas: desde afecciones respiratorias a escozor cutáneo o dolor de cabeza.
Para evitar la acumulación de agentes tóxicos, es importante la planificación y la elección de materias primas y acabados: “Hay que pensar bien cómo se va a construir un espacio, qué materiales se van a utilizar y cómo van a repercutir en los usuarios”, afirma Gil. La elección de materiales que reduzcan la emisión y acumulación de compuestos químicos, así como de bacterias y otros agentes que pueden amenazar la salud, es el primer paso para conseguir espacios saludables. El uso de pinturas y recubrimientos bajos en VOC, la preferencia por materiales más saludables como la madera o el acero y la reducción de elementos plásticos y derivados del petróleo son algunas de las decisiones que favorecen la salud de los usuarios y de quienes trabajan en la construcción del espacio.
La importancia de la ventilación y el aislamiento
La acumulación de algunos compuestos supone una amenaza considerable si se tiene en cuenta que los humanos pasamos el 90% de nuestro tiempo en espacios interiores, ya sea en nuestra vivienda, en el trabajo o en locales comerciales o de ocio. Es por ello que la calidad del aire interior es un tema clave para la salud pública y la ventilación es una de las medidas más eficaces para conseguirla.
La ventilación continua o periódica del interior de un espacio es la mejor manera de asegurar la calidad del aire. Crédito: Kevin Woblick/ Unsplash.
“Una correcta ventilación es vital a la hora de mantener espacios interiores saludables, ya que es la única herramienta que nos asegura que el aire se renueva y evita la acumulación de sustancias nocivas para nuestro organismo”, asegura Javier Pérez, arquitecto del COAA. Además de los contaminantes que se desprenden de los materiales, otras sustancias, como las que se encuentran en productos de limpieza o se liberan en la combustión de cocinas o calefacciones, corren el riesgo de acumularse. También algunos virus y bacterias proliferan en ambientes donde la circulación del aire es escasa o de mala calidad o se acumulan ciertos niveles de humedad.
La circulación de aire natural ha sido tradicionalmente el sistema más utilizado para la ventilación de espacios, pero en ocasiones se ve reñida con la eficiencia energética de algunos lugares, sobre todo por la interrupción de la climatización conseguida a través de calefacciones o sistemas de aire acondicionado que se pierde al abrir el espacio al exterior. Además, la contaminación ambiental de las ciudades hace que la ventilación natural sea la puerta de entrada a otros compuestos contaminantes que se encuentran fuera del espacio que se quiere ventilar. En los últimos años, según comenta Pérez, “los sistemas de ventilación mecánica y control de temperatura y aire se han ido sofisticando y ya se instalan en la mayoría de edificios de nueva construcción”. Con ellos, se consigue una renovación completa del aire sin necesidad de abrir puertas ni ventanas, manteniendo así una temperatura constante a través de un recuperador de calor.
De esta manera, se pueden mantener unos estándares de temperatura y humedad constantes sin grandes esfuerzos energéticos. Además, a través de detectores que miden la acumulación de partículas como el CO2 y de filtros, los sistemas de ventilación aseguran que la calidad del aire en el interior sea siempre óptima.
Un correcto aislamiento evita la injerencia de factores externos, como el ruido, y permite mantener la temperatura constante. Crédito: Brett and Sue Coulstock/Flickr.
Un correcto aislamiento es, por tanto, el tercer elemento a tener en cuenta para que un espacio sea saludable. Aislar un espacio del exterior supone protegerlo de agentes externos como la polución y la humedad, favorecer una temperatura constante y adecuada para nuestro organismo y evitar el ruido externo. Este último factor puede ser especialmente perjudicial: una elevada exposición a la contaminación acústica, además de afectar al estrés o la falta de sueño, puede influenciar negativamente en la tensión o los niveles de colesterol.
En definitiva, prestar atención a la selección de materiales, planificando y eligiendo los más apropiados para cada espacio, implementar una correcta y constante ventilación y asegurar un aislamiento adecuado que nos proteja frente a elementos externos son las claves para el diseño y construcción de espacios saludables que contribuyan a mejorar nuestro bienestar y calidad de vida.
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