FRANCESCO RODELLA | Tungsteno
Con videollamadas, archivos compartidos en la nube, chats de empresa, cafés virtuales, salones y habitaciones transformados en oficinas, en pocos meses el entorno laboral de millones de personas ha cambiado por completo por la pandemia de COVID-19. Muchos han descubierto formas de trabajar más flexibles y conciliadoras con la vida personal, así como tecnologías y herramientas innovadoras que pueden agilizar tareas y mejorar productividad y eficiencia. Para otros, todo eso ha significado, en cambio, más agobio y aislamiento personal, más control y exigencias laborales, desventajas por falta de recursos o habilidades digitales o, sencillamente, menos tiempo libre. ¿Hasta qué punto y con qué consecuencias el teletrabajo ha venido para quedarse?
Si la circunstancia de la pandemia ha supuesto condiciones laborales excepcionales para casi todos (y puesto en riesgo millones de empleos), el grado de preparación para adaptarse a nuevos modelos y las vivencias individuales a raíz de ello han variado mucho según el sector o el perfil de las personas empleadas. Tanto empresas como trabajadores han podido “experimentar las ventajas e inconvenientes de esta forma de trabajo, que antes era muy marginal”, explica Enrique Fernández-Macías, investigador del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea. “La evidencia disponible indica que ambas partes han valorado positivamente esta experiencia, pero también han identificado problemas”, agrega.
El brusco salto al modelo virtual
Una encuesta de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo concluyó que a fecha de julio de 2020, cuando muchos países europeos ya habían superado la primera ola de la pandemia de COVID-19, un 48% de los trabajadores por cuenta ajena estuvo trabajando durante los meses anteriores al menos parcialmente a distancia, y uno de cada tres totalmente en remoto. Antes de que empezara esta crisis sanitaria, la situación variaba mucho según el país, de acuerdo con datos de Eurostat. En Holanda, ya había un 14% de las personas acostumbradas a este modelo. En Bulgaria o Rumanía, menos del 1%.
El mismo patrón se ha visto también en España, donde se ha pasado de menos de un 5% de empleados teletrabajando a entre un 20% y un 30% en pocas semanas, explica Fernández-Macías. En su opinión, es muy difícil saber qué pasará cuando la situación se normalice, pero lo más probable es que el teletrabajo se estabilice en un nivel superior al de antes de la pandemia, pero inferior al de los últimos meses.
Para Néstor Ortiz, diseñador web y gráfico empleado en una pequeña empresa madrileña, por ejemplo, la irrupción de la pandemia ha supuesto pasar del modelo totalmente presencial anterior a uno 100% en remoto de forma “muy brusca”. De acuerdo con este toledano de 30 años, “en este caso el modelo del teletrabajo no se había adoptado de forma habitual por falta tanto de costumbre como del software y el equipo necesarios, pese a que casi todo lo que produce esta empresa de ocho personas ya fuera puramente digital”.
“Esta familiaridad con herramientas y productos digitales hizo, sin embargo, que adaptarse a la nueva realidad no fuera cuestión de mucho tiempo”, asegura Ortiz. Hubo facilidades: según cuenta, él y sus compañeros tuvieron la opción de llevarse a casa los equipos de la oficina, y se empezaron a usar herramientas digitales diseñadas explícitamente para el trabajo a distancia, como aplicaciones de videollamadas y relojes de tiempo para fichar las horas productivas. Además, los archivos comunes se empezaron a subir a la nube en vez de a una red local. Y los buenos resultados no han tardado. “En nuestro caso ha sido muy satisfactoria la experiencia”, valora, “hemos seguido trabajando y produciendo igual e incluso mejor”.
La irrupción de la pandemia ha impuesto el uso de tecnologías y herramientas innovadoras con el objeto de agilizar tareas y mejorar la productividad. Crédito: Olia Danilevich.
La necesidad de un modelo mixto
“Para muchos trabajadores y empresarios, el modelo de teletrabajo parcial será probablemente el más deseable y el que más se extenderá tras la pandemia”, argumenta Fernández- Macías. El secreto de esta fórmula, destaca, es que permite disfrutar de sus principales ventajas, como son la flexibilidad y el ahorro de coste, y limitar sus principales desventajas, como la desconexión y el aislamiento. Néstor Ortiz cree que esta solución se aplicaría perfectamente a su caso, porque sumaría, junto a esos beneficios, otros como poder “ir a la oficina de vez en cuando para sentir que sigues formando parte de la misma empresa”.
Para Davide Politano, también de 30 años, la experiencia ha sido, en cambio, bien distinta. Él trabaja como profesor especializado en atención a alumnos con discapacidades en escuelas secundarias del norte de Italia: la peculiaridad de su rol ha hecho que adaptarse a la dimensión del trabajo sin contacto personal fuera todo un reto. Una de las dificultades principales, explica, “es saber si el alumno ha entendido” lo que se le trata de transmitir desde la distancia, así como la mayor “lentitud” de todo el proceso de aprendizaje. Y pone un ejemplo: “Para un ejercicio de matemáticas, ahora [los alumnos] tienen que hacerlo, mandarme una foto, yo les señalo eventuales errores, o les mando yo una foto o video con las correcciones… para dos ejercicios podemos tardar casi una hora y media”.
No todo ha sido negativo, según matiza. Por ejemplo, le ha parecido útil que la mayor costumbre de hacer videollamadas le permita mantener un diálogo más fluido con los alumnos también en horario extraescolar, cuando necesitan ayuda, con el estudio, dice. Otro aspecto es que ahora hay más “comodidad” en organizar las reuniones de trabajo entre profesores, agrega.
Si bien más del 50% del empleo puede adaptarse al teletrabajo, el modelo laboral que se imponga en el futuro va a depender mucho del sector. Crédito: Paul Haoka.
Los retos de la fórmula no presencial
“Una clave para distinguir qué sectores verán más beneficios en seguir esta nueva forma de trabajo es evaluar hasta qué punto requieren interacción con objetos o personas e implican comunicación e interacción social”, señala Fernández-Macías. A raíz de este análisis, concluye que en finanzas, telecomunicaciones, educación, actividades profesionales, actividades inmobiliarias y administración pública, “más del 50% del empleo se puede realizar de forma remota”, lo que supone que “en un futuro estarán por encima de la media en términos de teletrabajo con mucha probabilidad”.
De momento, el nuevo entorno laboral, además de demostrar ser un camino viable para conseguir mayor eficiencia y optimización de los recursos, tanto para las empresas privadas como por ejemplo, para la administración pública, plantea también importantes retos. Desde garantizar la seguridad —según la Interpol, los ciberataques durante la pandemia se han multiplicado, especialmente a grandes corporaciones e infraestructuras esenciales—, a las condiciones mismas del puesto de trabajo: conectividad, conciliación o quién asume los costes derivados de la actividad laboral.
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